martes, 4 de enero de 2011

Las lechuzas nunca te lo contaron

El miedo se revolvió inquieto. Era la primera vez que le ocurría algo parecido. Aporreó el teclado con todas sus fuerzas y su personaje cogió una lanza del suelo y la sostuvo, expectante. Tiró de tres hilos en la sombra y un nuevo batallón de jinetes apareció en el horizonte. Su personaje los vio, ahora el miedo volvía a tener el control de la situación. La luz de los monitores parpadeaba en la oscura habitación, luchando en vano contra la negrura que invadía la sala; era como si la oscuridad emanase del propio miedo, quien, sentado en el centro de la estancia, apretaba su mano izquierda en torno al joystick plateado. Los caballos avanzaban veloces como saetas en el viento, su personaje sucumbió. El miedo sonrió, tecleó tres series de números y el guerrero extendió los brazos, impotente. El acero silbó tres veces antes de que el personaje cayera al suelo, de rodillas. La pantalla se apagó.

Un ruido salvaje inundó la habitación. El miedo cerró los ojos y se concentró, podía verlo, más allá de los monitores, suspendido en el vacío, había un frasco de cristal. El frasco contenía una especie de líquido escarlata que se agitaba y rugía en su cárcel transparente. El miedo abrió los ojos y comprendió que el líquido era la fuente de aquel ruido discordante. Tenía que pararlo, fuera como fuera; pero no podía salir de aquel habitáculo. Miró a sus monitores en busca de respuestas, accionó unas palancas y su butaca se movió con un tenue chirrido metálico. Fue recorriendo las pantallas una a una. En la tercera vio algo que llamó su atención, una mujer con un vestido rojo huía por los callejones de Paris. El miedo apretó un botón y su asiento se detuvo con un nuevo quejido frente a la Rue de la Montreusse, por la que la joven corría y corría echando furtivas miradas por encima del hombro, pero sin detenerse. El miedo volvió a pulsar el joystick y la mujer resbaló; a duras penas pudo levantarse, se había lastimado el pie pero siguió corriendo, siempre corriendo. Deslizó los dedos por el teclado y accedió a los pensamientos de su nuevo personaje. Cómo no, la hoja contrapesada de la guillotina invadía cada rincón de su mente; pero había algo extraño, algo que lo hizo sorprenderse, aquella mujer también oía el ruido, aquel sonido horrible que había invadido su habitación y ahora comenzaba a anegar sus reflejos.

El miedo, perplejo, se apartó del monitor.

1 comentario: